31 enero 2009

Tres pérdidas

I
.
Acaricio
el trágico color
de tus cabellos.

Por tus pupilas corre
una sombra de miedo;
y beso tus pestañas
y entrelazo
mis dedos en tus dedos.

Y cuando falta el aire
no pasa nada, digo.

Mientras el mundo
se nos hunde
entero.
A ti, porque te vas.
A mí, porque me quedo
.
II
.
*
Escribiré tu nombre
en los hondos cimientos
de las calles.
.
Donde el aire no pueda
convertirlo en arena
que aumente los desiertos.
.
*
.
III

Padre Nuestro, Señor,
¿dónde estarás en el momento justo
-estabas en los Cielos-
en que acabe esta vida impaciente
-y Te santificábamos-
que rodó
por los Reinos de Tu Nombre?
.
*

20 diciembre 2008

¡Felices Fiestas....!

Con mis mejores deseos para estas Navidades, os dejo aquí
mi agradecimiento por vuestras visitas y vuestras palabras a lo largo de este año, que pronto acabará.
Que se cumplan todos vuestros sueños, queridos amigos.

14 noviembre 2008

Bestiario

I
Impaciente
me clavo
en la inocente hoja
que nada sabe aún
de garabatos tristes.
Rasgo y rasgo el papel
hasta hacer daño.
Hasta sangrar la coma
y el punto suspensivo.
En la gota más roja,
se relame el vampiro.
II
En algún recoveco
de tu biografía
vive un dragón hambriento
que vigila mis sueños.
Supongo que, por eso,
todas mis alegrías
llevan la marca de tus dientes.
III
Me escondo...
Me defiendo...
Edifico murallas altaneras.
Pero, no sé de dónde,
siempre aparece
el griego
que sabe hacer caballos de madera.

21 septiembre 2008

Te quiero, nena

-Te quiero, nena, te quiero.
El loro repetía la frase una y otra vez.
Era la última que había oído en la voz de Él.
Daba cortos pasitos sobre el barrote de la jaula y chapurreaba: "Te quiero, te quiero nena, te quiero"
Inclinaba la cabeza dirigiendo la vista al suelo.
Hacia el cuerpo de Ella, que yacía inmóvil en la alfombra sobre una gran mancha roja.

27 octubre 2007

Apuntes

Apunte I
*
Soy de papel.
Y tú me escribes
con lápices de piedra
========
Apunte II
*
Acorde con el sol
y con la hora
se desnuda un momento
-alma de hierba dulce-
en el lado más quieto de una calle
donde no hiere el aire
ni la noche. Muy despacio
no sea que, de pronto,
el cielo se desplome.
========
Apunte III
*
¡Torpe de mí
que nunca supe descifrar enigmas!
Dime: ¿Son veinte dedos
en cuatro manos frías
o cuatro manos frías
han perdido los dedos?

18 agosto 2007

Un día, una calle

La ciudad es tan grande que a veces me confundo. ¿Se ha fijado usted en que hay muchas calles con nombres parecidos? Algunos barrios las tienen todas con nombres de ríos. Calle del Río Ebro, calle del Río Tajo, calle del Río Duero... y otros más difíciles que no me acuerdo si son de España o no. Yo las apunto ¿sabe?. Sí, apunto las calles por donde ya he pasado para no venir dos días seguidos a la misma. Es una tontería, ya lo sé. Hoy vengo aquí y no está, pero mañana puede que sí y yo estaré buscando en otra parte. Me digo que es cuestión de suerte y que lo mismo daría quedarme en la puerta de mi casa y esperar allí a que aparezca. Pero no puedo con la impaciencia y casi sin querer, echo a andar.
El año pasado no salí apenas. Mi mujer se puso mala y murió ¿sabe usted?. No, claro, cómo iba a saberlo. Pues sí, se murió. El médico dijo que de una pulmonía que se había complicado, pero no, que va. De pena se murió; de pena. Enfermó cuando el hijo se marchó de casa una tarde y ya no volvimos a verlo. No, no, nunca más. Usted dirá que es raro, pero si lo piensa bien, eso pasa mucho. Los jóvenes desaparecen y ya está. Se hartan de la casa o del trabajo o quién sabe de qué y se van. No; huyen. Esa es la palabra; huyen. Vas a la policía y te dicen que si son mayores de edad, no pueden hacer nada. Y si insistes, los buscan un poco, como para que te calles y listo. ¿Qué soy injusto? Puede ser; la impotencia que uno siente, que no le deja ver las cosas como son. Eso será. Algo sí que hicieron, pero de mi hijo no se sabía que nadie le quisiera mal, o que anduviera en malos pasos. Dejaron de buscar pronto, aunque dicen que el caso está abierto. Dios sabrá si eso quiere decir que lo buscan o si esperan que una casualidad se lo ponga delante.
Salimos en la tele para pedirle que volviera si nos estaba viendo y enseñamos su foto por todas partes y pusimos carteles en los árboles de la carretera y en todos los sitios que pudimos. Los vecinos nos ayudaron. Yo, ya ve usted, soy un viejo con pocas fuerzas y mi mujer era de mi edad, la pobre. Ya no pensábamos en criaturas cuando se quedó embarazada. Y ojalá nunca hubiera pasado, que si no conoces hijos, no pueden romperte el corazón.
¿Cómo dice..? ¡Ah, sí..! Eso también lo pensamos; pensamos en tantas cosas... Mi mujer, más que yo. Ella no paraba de darle vueltas a la cabeza. Decía que se había metido en alguna secta de esas que les atolondran la cabeza o que si no era eso, le había atropellado un coche y lo habían escondido para que no se supiera, o se había caído por algún barranco, o al río, o quién sabe qué. Es que nosotros vivíamos en el pueblo ¿sabe?. Un pueblo pequeño, no sé si lo habrá oído nombrar; Laguna, se llama; el pueblo se llama así, aunque no hay laguna ni nada que se le parezca. Un río estrecho sí hay. Todo el verano baja como un hilillo pero en invierno trae buena corriente. Allí buscamos mucho porque ese río lo atravesaban los chicos con las motos; para divertirse decían, pero hubo más de un descalabro.
Nada; ni él apareció, ni la moto, ni ninguna cosa suya. Luego, al año o más, nos escribieron unas personas diciendo que le habían visto aquí, en la capital; y ya no teníamos nada que hacer en el pueblo mi mujer y yo. Cerramos la casa y nos vinimos a buscarle. Todas las tardes echábamos a andar juntos; un día, una calle. Mirando en cada rincón. A veces, ella me cogía la mano y la apretaba señalando a alguien. O se paraba de repente y me decía "¡Mira, mira, ese chico..., parece...!"
Pero nunca era él. Eran visiones; las ganas, la impaciencia, el miedo a no verle más.
No crea usted; a mí también se me paraba el corazón algunas veces y en más de una ocasión he gritado su nombre, al ver una figura semejante a la suya entre la gente.
¿Sabe usted...? Creo que poco faltó para volvernos locos.
Bueno, ahora ella descansa y yo sigo buscando porque no sé que otra cosa puedo hacer. No tengo muchas esperanzas de encontrarle y las fuerzas no me sobran, pero ¿qué quiere usted...? Es mi hijo, mi hijo, y mientras no me presenten su cadáver...

05 agosto 2007

Aún

Me acuerdo de tus ojos con un escalofrío.

Dabas miedo, ¿lo sabes?;
dabas miedo.

Aún lo das.

Temo dormir,
por si de entre la bruma
de un mal sueño,
aparece de pronto tu mirada
y me fulmina
el rayo del desprecio.

12 julio 2007

Amalia

Hoy iba a ser un día de esos que parecen no querer acabarse nunca. El calendario lo estaba gritando: 10 de octubre. Amalia suspiró resignada y se dispuso a afrontarlo.
Atándose el delantal a la espalda se encaminó a la cocina. Le dolían las rodillas; mala señal. Sólo faltaría que lloviera. Puso el agua a hervir y preparó las tostadas. La señora no comería nada más. Hoy no.
Desde el fondo del pasillo llegó un campanillazo en el mismo momento que la tetera dejaba escapar el primer chorro de vapor. Las once ya.
-Bueno, justo a tiempo - murmuró Amalia. Apagó el fuego y enfiló el pasillo. La campanilla sonaba en un repiqueteo impaciente.
-Buenos días, señora.
Abrió las cortinas y se acercó hasta la cama, donde una mata de largos cabellos blancos se extendía por un mar de almohadones, enmarcando un rostro huesudo y pálido que surgía del cuello de un camisón que no parecía contener sino ese rostro, y unas manos de largos y finísimos dedos asomando por entre los encajes de las mangas.
-Buenos días, señora - repitió Amalia.
-¿Qué día es hoy?
La voz de la anciana era firme.
-Miércoles, señora.
-Amalia, no me tomes por tonta. ¿Qué día es hoy?
-10 de octubre, señora.
-Bueno, ¿y a qué esperas? ¿Acaso no tienes nada que hacer? ¡Vamos, vamos, traéme una taza de té y una tostada! Una sola o luego no podré comer nada. Y ve abriendo la casa, que se ventile. No quiero que huela a moho. ¡Deja de retorcerte el delantal, demontres..! ¡El té, Amalia, el té! ¡Deprisa o se hará tarde!
-Ahora mismo.
-¿Ahora mismo, qué?
-Ahora mismo, señora.
-Eres vulgar, Amalia, vulgar. Tantos años y no he conseguido sacar partido de esa cabeza hueca. ¡Traéme ese té de una vez! ¡Deprisa, deprisa, que hay mucho que hacer!
Amalia volvió con el té y preparó el baño mientras la anciana lo bebía con prisa y mordisqueaba la tostada. Luego la ayudó a levantarse y a meterse en el agua espumosa. Amalia se preguntó de dónde sacaba tanta fuerza aquel saquito de huesos en que se había convertido su señora.
-¿Está preparado el cuarto de la niña? ¿No habrás quemado el bizcocho de nueces de mi hijo como hiciste el año pasado? Tráeme el vestido azul marino, el de manga abullonada. ¿Qué te pasa hoy? Estás más torpe que nunca. Vamos, vamos, que se echa el tiempo encima. Sécame, sécame. ¿Has puesto las rosas en la salita? Amarillas, que sean amarillas; a mi nuera le gustan de ese color. ¿Y la plata? ¿Has limpiado la plata...?
Amalia contestaba a todo con un tranquilo "sí, señora" y continuaba lavando, secando, peinando y abrochando vestidos, collares y pulseras. Luego le puso el bastón en la mano y la acompañó a su butaca en la salita, frente a la ventana desde la que se veía el camino que llegaba hasta la misma puerta de la casa.
-Amalia, no pensarás abrir la puerta a mis hijos con esa facha ¿verdad? Estás que da grima verte. Cámbiate. Y ponte la cofia. Será lo único que aún te vaya bien del uniforme, porque estás gordísima. Nunca serás una verdadera doncella, por mucho que me esfuerce. ¿Cuantos años llevas aquí?
-Cuarenta y cuatro, señora.
-¡Cuarenta y cuatro años..! Pues parecen cuarenta y cuatro días, a juzgar por lo que has aprendido. Anda, ve a poner la mesa que ya no pueden tardar mucho.
Amalia agradeció poder salir. No era necesario ir al comedor a preparar nada. Demasiado sabía que no lo iban a necesitar. En la cocina podía descansar un rato. Ya era más de la una. Se sentó ante la mesa con un vaso de zumo y un par de galletas. La señora tenía razón. Estaba torpe ya. El tiempo no pasaba en vano. Y también pasaba deprisa. Volvía a ser 10 de octubre. Oyó la campanilla. Se apoyó en la mesa y se levantó con un esfuerzo doloroso. ¡Dichosas rodillas...!
-Diga, señora.
-¿No han llamado mis hijos?
-No, señora.
-Llama a su casa, Amalia; que Juani te diga a que hora han salido. ¿Es que nunca se te ocurre nada? ¡Todo hay que decírtelo, cabeza hueca!
-Ahora mismo llamo, señora. Perdone, señora.
Amalia fue al otro extremo de la salita, descolgó el auricular y marcó un número. Una voz contestó lo que ya sabía. "Le informamos que el número solicitado no existe...."
-Están comunicando, señora.
-¡Vaya por Dios...! Vuelve a llamar más tarde. Tráeme un poco de agua.
-Señora, debería comer algo.
-No, no. Me quitaría el apetito para el almuerzo. Sólo agua. Y rapidito, que contigo...
Cuando Amalia volvió con el agua, la anciana dormía, la cabeza sobre el pecho, las manos abandonadas en el regazo. Se dijo: "Mejor así". Volvió a la cocina, se sentó y puso un taburete bajo sus pies. Estaba cansada. Con suerte, la señora dormiría un par de horas y faltaría poco más para poder acostarla. No aguantaba levantada mucho tiempo.
La despertó el insistente sonido de la campanilla. Se levanto de un salto y se le doblaron las rodillas. Con un gesto de dolor, se apresuró hacia la salita.
-¿Dónde diablos te metes, estúpida?. ¡Llevo media hora llamando!
-Perdone, señora. Estaba en la terraza de atrás.
-¿Han llamado mis hijos? ¿O estabas demasiado ocupada para descolgar el teléfono?
-No, señora. Habría oído el de la cocina. No han llamado, señora, seguro.
-¿Qué hora es?
-Pronto serán las seis, señora.
-No entiendo que puede haber pasado para que no hayan llegado aún.
-Habrá surgido algún imprevisto, señora. Vendrán mañana. O esta noche, quizás.
-Bueno, bueno. Me disgusta mucho ésta falta de atención, pero así son los jóvenes hoy día.
La anciana fijó la vista en el jardín. ¿Estaba oscureciendo o eran sus ojos los que se oscurecían? No le apetecía seguir allí sentada, mientras Amalia la miraba con aquella cara de torta sin sal.
-Amalia, quiero acostarme ya. Si llegan tarde mis hijos, no me despiertes.
-Muy bien. señora.
La anciana miró una vez más al jardín. No; no se veían luces de faros, ni en el camino había ningún coche. No habían venido. Otra vez no habían venido. Cogió el brazo que le ofrecía Amalia y las dos mujeres se encaminaron a la alcoba.
Allí deshicieron el ritual matutino. El vestido volvió al armario, las joyas al joyero y el pelo volvió a soltarse. Tomó su pastilla para dormir y Amalia arregló los almohadones en torno a su cabeza y la tapó, cuidando de que quedaran fuera del embozo los brazos y las finas manos, ahora un poco más temblorosas que por la mañana. Cerró las cortinas y apagó la luz central, dejando una pequeña lámpara encendida sobre una mesita baja. Amalia sabía que su señora ya no tenía ganas de hablar. Una última mirada para comprobar que todo estuviera en orden y dijo:
-Buenas noches, señora.
No contestó, pero al cerrar la puerta volvió a llamarla.
-Amalia.
-Diga, señora.
-Nada, nada. Vete ya.
Y luego, apenas susurrado, Amalia la oyó decir:
-Gracias.
Cerró la puerta como si no la hubiera oído. Sabía que eso era lo que su ama quería y a ella no le importaba. Apoyó la espalda en la puerta de la habitación y escuchó. Como cada año, desde hacía cinco, le llegaron los sollozos apagados de la anciana. Nunca la había visto llorar después de aquel día. La señora era demasiado orgullosa para dejarse ver tan abatida.
En la cocina se quitó los zapatos y el uniforme. Las piernas le dolían a rabiar. Preparó un balde con agua salada, se sentó cerca de la mesa y sumergió los pies en el agua tibia. Luego cogió el recorte de periódico que guardaba en el cajón. Miró aquella fotografía que había visto cientos de veces. Un coche destrozado, unos bultos en el suelo tapados con mantas, un policía escribiendo algo en un cuaderno. Al pie, una breve reseña: "10 de octubre de 2001. Un matrimonio y su hija de cuatro años, han resultado muertos en un trágico accidente a las afueras de..."
Dejó de leer. Se dijo que ella tampoco podría aceptar algo así por muchos años que viviera; que, seguramente, preferiría conservar esa imposible esperanza; que seguiría aguardando.
Quizás el año entrante, ya no tuviera que fingir que no había sucedido semejante desgracia. Estaba muy acabadita su señora.

16 junio 2007

Sin motivo

Estaría bien
poder hablar sin tener un motivo.
Sólo porque sí; porque nos apeteciera.
.
Despegar los labios para dejar fluir
consonantes y vocales
que formaran sílabas,
que completaran palabras,
que formaran frases,
que no dijeran nada;
que bastara oírlas explotar en el aire.
.
-Hoy, lilas en los ojos transparentes.
.
Una tontería, lo sé. Y sin embargo,
he conseguido pronunciar cada letra y
durante un momento el silencio se ha roto
en cientos de pedazos.
.
Podrías contestar:
-Naranjas sobrevuelan estratocúmulos.
A mí me haría gracia y quizá sonriera.
.
Podria replicarte:
-Témpanos ardientes desgarrando sábanas.
No, no; eso no.
Sólo palabras
que no nos hagan daño.
.
-Agua que burbujea en la trompeta.
-Elefante convertido en crisálida.
- Cristal que se aburre en la ventana.
-Un día no amanece.
-Otro, nunca se acaba...
.
Y el aire recogiendo sonidos,
modulando los tonos con cuidado.
Consonantes, vocales...
Sólo palabras que no nos hagan daño.
.

25 diciembre 2006

¡Felices Fiestas...!

En el último minuto, pero no por eso en último lugar de mi recuerdo.
*
Aquí os dejo mi felicitación navideña y unas pocas palabras de agradecimiento.
*