31 octubre 2006

Cuento para F. Primera parte.

Erase una vez, un país muy, pero que muy lejano; tan lejano que ni siquiera estaba en la Tierra Conocida.
Para ver un simple indicador que señalara la dirección, había que andar muchísimo. Las personas que querían encontrarlo, tenían que pertrecharse con toda clase de cosas porque el viaje solía durar tanto que cuando llegaban, algunas ya eran viejecitas. Así que, por si acaso, se compraban bastones con empuñaduras de plata, que duran más, y zapatillas de fieltro forradas de piel de cordero (todo el mundo sabe que los abuelitos siempre tienen frío en los pies) y las señoras nunca descuidaban sus rulos y sus secadores de pelo por si no encontraban peluquerías en el camino. Y todos, todos, dejaban hecho el testamento, que "más vale prevenir" decían.
La principal atracción del lugar a que nos referimos, era que no tenía nombre. Los indicadores solo decían "Por aquí se va..." o bien "Siga, siga que ya falta menos..."
Esto, en lugar de aclarar las cosas, confundía más. Algunas veces iban a parar a algún McDonald´s, cosa que molestaba a los viajeros ya que engordaban solo con olerlo y luego les dolían las articulaciones cuando se ponían en camino otra vez.
Pero nada arredraba a quienes ya habían demostrado tanto valor al emprender la aventura del viaje y, cuando se equivocaban muchísimo y solo llegaban a un bosquecillo o a una insignificante cabaña, se lo tomaban muy bien y se sentaban tranquilamente a merendar pan con aceite y chocolate y, al acabar el refrigerio, se enseñaban unos a otros las fotografías de sus hijos o de sus nietos y las señoras aprovechaban para poner verdes a sus nueras, mientras los señores ponían verdes a los entrenadores de sus equipos de fútbol favoritos.
Se lo pasaban tan bien que, algunas veces, se perdían a propósito.
A trancas y barrancas, algunos de estos animosos viajeros, conseguían llegar a la capital del país que no tenía nombre. Ya desde muy lejos se veían brillar las cúpulas de sus magníficos palacios que estaban revestidas con mosaicos de colores luminosos. Las malas lenguas comentaban que el arquitecto había imitado a un tal Gaudí, pero como casi nadie sabia quien era ese señor, no hacían caso y se quedaban encantados viendo las relucientes torrecillas y los preciosos ventanales de vidrios de colores.
Continuará...

3 comentarios:

Trenzas dijo...

Probando y probando, conseguí cambiar la plantilla, pero no recordé guardar antes las direcciones de vuestras casas.
Cómo estáis por aquí, en los comentarios, os volveré a colocar enseguida. Y no olvidaré guardaros bien para cuando me canbie al beta de Blogger.
Beso ya brazos para todos.

Trenzas dijo...

es decir; CAMBIE.
:)

Trenzas dijo...

liter-a-tres 3; el problema es el tiempo. Tengo por ahí montones de medios- cuentos-escritos a los que no me da tiempo poner el punto final.
En este blog Ágata no participa y me cuesta un poco más :DDD
Este mes, creo, tendré alguna hora más de asueto, pero el que viene... mejor ni lo digo.
Abrazos, amiga