13 mayo 2005

Ella

Salió de la bañera y se cruzó la toalla alrededor del cuerpo.
Limpió el espejo empañado. Se secó el pelo y lo recogió con el pasador. Se vistió, se calzó las chanclas y fue a la cocina.
Mordisqueó una galleta mientras preparaba la cafetera. Sobre la mesa puso una bandeja pequeña. Una sola. Por primera vez en mucho tiempo.
Volvió al cuarto de baño. Puso la ropa sucia en la lavadora con un programa corto. Recogió todo lo que había usado para arreglarse. Cada cosa en su sitio, como le gustaba que estuviera.
Antes de cerrar la puerta miró atenta por si había olvidado algo. No. Todo igual que siempre.
En el vestidor se puso las medias y unos zapatos bajos, cómodos y silenciosos.
Buscó el bolso y miró si llevaba lo necesario. Todo estaba allí.
En la cocina acabó de preparar la bandeja. Azucar, cucharilla, plato y taza, dos tostadas, un poco de mantequilla y mermelada, una jarrita de leche. Puso la cafetera pequeña con el café aún hirviendo, cogió la bandeja y subió las escaleras.
Él estaba dormido. Le tocó con suavidad en el hombro. El desayuno. Él dijo algo ininteligible y se dió la vuelta.
Ella miró aquella espalda, el perfil de aquel rostro. Pensó que eso era lo que más conocía de él. Un perfil, una espalda.
Ella volvió a ponerle la mano en el hombro. Me marcho; adiós.
Él contestó un hasta luego apenas murmurado. Ella repitió en voz baja; adiós.
Bajó las escaleras despacio. No había prisa.
Llegó a la puerta, puso las llaves en la cerradura y abrió. Luego salió a la calle y cerró con cuidado.
No necesitaría más esas llaves.
No iba a volver.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola.


Soy alguien tan simple y tan cobarde que de solo pensarlo me da miedo, ¿ que es peor el miedo o la soledad?

BIEN POR LOS QUE TIENEN EL VALOR