Ella me había dicho sus condiciones; "mientras estés aquí, te amaré como si fueras a quedarte siempre. Cuando te diga que te vayas, será como si nunca te hubiera conocido"
Acepté porque no la creí; no me imaginaba compartir la vida con alguien a quien dices amar y que eso pudiera no tener consecuencias; que se pudiera acabar sin ningún motivo; pero así fue para ella.
La encuentro por la calle alguna vez y si por casualidad se cruzan nuestras miradas, sus ojos pasan de largo, por encima o a través de mí; no sabría decirlo con exactitud; me mira sin verme, como se mira a un desconocido, porque eso es lo que soy. Un desconocido; otro más de los tantos con los que coincide en su trayecto. Nada más.
Pienso en aquellos dos meses que estuvimos juntos y no sé si reír o llorar. Cumplió su promesa; fue como si nunca tuviera que irme; en todo era perfecta conmigo; no descuidó nada, ni un detalle. Sabía lo que me gustaba; que libros, que películas, que música, que clase de beso, que forma de amor. Era la mujer perfecta de día y de noche; la amiga, la novia, la esposa, la amante que se entrega sin trabas; era lo que yo quisiera en cada momento. Y lo era disfrutando todos los minutos; de eso no me cabía duda.
Y se acabó. Una mañana de domingo, después de dos meses como en una nube, me dijo; "te vas hoy; tus cosas están preparadas en el recibidor y tu coche aparcado enfrente" y me tapó la boca con la mano para impedirme hablar; "te lo dije bien claro ¿recuerdas? Vete. Cuando regrese no quiero encontrarte aquí".
Salió de la habitación sin más y luego oí cerrarse la puerta de la calle.
Hubiera deseado echarme a sus pies; suplicarle; la hubiera besado, abrazado, hubiera llorado y gritado hasta enronquecer, pero se había ido sin darme tiempo a nada.
Y ahora me tocaba a mí. Ella había impuesto sus condiciones y yo las acepté. Cierto que no la creí; pensé que podría conquistarla, que lograría que me amara y no quisiera prescindir de mí. Vanas esperanzas. Nunca supe cual iba a ser el plazo de nuestra vida juntos, pero había finalizado.
No quería llevarme nada que no hubiera venido conmigo. Nada material. Vacié todos mis bolsillos y quedaron sobre la mesa las llaves del piso, su encendedor, la tarjeta del aparcamiento, la fotografía que nos tomaron en el restaurante, el resguardo de la alfombra en la tintorería.., cosas; solo cosas que no eran nada sin ella.
Recogí la mochila y la bolsa del recibidor sin detenerme a mirar su contenido. Sabía que todo lo que yo había traído estaba allí. Era demasiado perfecta para haber olvidado algo que me obligara a volver.
Un momento después estaba en el coche camino de mi casa. De allí había salido hacía dos meses para vivir un sueño; y el sueño había acabado. No solo mis bolsillos estaban vacíos.
No miré atrás. ¿Para qué?
Acepté porque no la creí; no me imaginaba compartir la vida con alguien a quien dices amar y que eso pudiera no tener consecuencias; que se pudiera acabar sin ningún motivo; pero así fue para ella.
La encuentro por la calle alguna vez y si por casualidad se cruzan nuestras miradas, sus ojos pasan de largo, por encima o a través de mí; no sabría decirlo con exactitud; me mira sin verme, como se mira a un desconocido, porque eso es lo que soy. Un desconocido; otro más de los tantos con los que coincide en su trayecto. Nada más.
Pienso en aquellos dos meses que estuvimos juntos y no sé si reír o llorar. Cumplió su promesa; fue como si nunca tuviera que irme; en todo era perfecta conmigo; no descuidó nada, ni un detalle. Sabía lo que me gustaba; que libros, que películas, que música, que clase de beso, que forma de amor. Era la mujer perfecta de día y de noche; la amiga, la novia, la esposa, la amante que se entrega sin trabas; era lo que yo quisiera en cada momento. Y lo era disfrutando todos los minutos; de eso no me cabía duda.
Y se acabó. Una mañana de domingo, después de dos meses como en una nube, me dijo; "te vas hoy; tus cosas están preparadas en el recibidor y tu coche aparcado enfrente" y me tapó la boca con la mano para impedirme hablar; "te lo dije bien claro ¿recuerdas? Vete. Cuando regrese no quiero encontrarte aquí".
Salió de la habitación sin más y luego oí cerrarse la puerta de la calle.
Hubiera deseado echarme a sus pies; suplicarle; la hubiera besado, abrazado, hubiera llorado y gritado hasta enronquecer, pero se había ido sin darme tiempo a nada.
Y ahora me tocaba a mí. Ella había impuesto sus condiciones y yo las acepté. Cierto que no la creí; pensé que podría conquistarla, que lograría que me amara y no quisiera prescindir de mí. Vanas esperanzas. Nunca supe cual iba a ser el plazo de nuestra vida juntos, pero había finalizado.
No quería llevarme nada que no hubiera venido conmigo. Nada material. Vacié todos mis bolsillos y quedaron sobre la mesa las llaves del piso, su encendedor, la tarjeta del aparcamiento, la fotografía que nos tomaron en el restaurante, el resguardo de la alfombra en la tintorería.., cosas; solo cosas que no eran nada sin ella.
Recogí la mochila y la bolsa del recibidor sin detenerme a mirar su contenido. Sabía que todo lo que yo había traído estaba allí. Era demasiado perfecta para haber olvidado algo que me obligara a volver.
Un momento después estaba en el coche camino de mi casa. De allí había salido hacía dos meses para vivir un sueño; y el sueño había acabado. No solo mis bolsillos estaban vacíos.
No miré atrás. ¿Para qué?