23 diciembre 2005
¡Feliz Navidad..!
16 diciembre 2005
Instrucciones para cascar un huevo
¿El hecho de romper un huevo le supone un cargo de conciencia?
¿Piensa usted que dentro de esa cáscara late una vida potencial que podría dar origen a un lindo pollito?
¿Llora cuando le sirven un muslo de pollo a la plancha?
Si ha contestado “sí” a alguna de las preguntas anteriores, olvídelo. Usted no reune las condiciones para cascar un huevo como mandan los cánones .
En caso contrario, siga leyendo.
Abra la nevera de su cocina y saque un huevo. Esta operación debe hacerse con sumo cuidado ya que los huevos tienen una absurda tendencia a escaparse de las manos y romperse estrepitosamente al llegar al suelo.
Una vez el huevo esté en la palma de su mano, intente darle confianza; que no sospeche ni por un momento lo que piensa hacer con él. Páselo de una mano a otra acariciándolo suave pero firmemente, mientras va pensando sobre que superficie va a darle el golpe de gracia. Le desaconsejo de modo absoluto el canto de mármol de la encimera; eso es sólo para expertos. La mejor opción para principiantes es el borde de un plato hondo (los de papel no son adecuados)
Si ha optado por el plato, póngalo sobre una superficie plana y luego coloque el huevo en posición , desplazándolo desde la palma de su mano hasta los dedos sin dejar de sujetarlo con firmeza. Oriéntelo a unos 90 grados en relación al borde del citado plato; tantee el ángulo huevo-borde con algunos movimientos de aproximación y cuando esté seguro de que es el correcto, aseste el golpe definitivo; fuerte y seco.
No se desanime si el contenido del huevo ha quedado desparramado en la encimera y nota una sustancia viscosa resbalando entre los dedos; es su primera vez, no se preocupe. Usted lo conseguirá. Limpie todo y vuelva a intentarlo.
03 diciembre 2005
Haiku o Jaikú
23 noviembre 2005
Galeote
Soy, o fui, Lucas Pérez, el de Aranda, que allí creo haber venido al mundo y esto que voy a relatar comenzó cuando tenía menos de veinte años.
Yo estaba condenado a galeras por una cuchillada que le asesté a un hidalgo demasiado remiso a entregarme su bolsa. Ese fue el delito por el que me llevaron preso pero no el único que había cometido, que desde que tuve uso de razón, otra cosa no hice si no fue robar, herir o matar.
Nadie que no lo haya vivido puede imaginar lo que es ser galeote por sentencia, que los que iban voluntarios, los llamados buenos boyas, tenían algún beneficio, pero para los condenados aquello era el mismo infierno.
Vivíamos al raso, así arreciara el temporal o el sol nos abrasara, apenas cubiertos con harapos, encadenados al banco por los pies, junto a otros tres o cuatro hombres, según fuera el peso y el largo del remo, que eran los normales de ciento treinta kilos y más de doce metros. Comíamos, dormíamos y hacíamos nuestras necesidades sin detener la boga. La inclinación de los talares, dejaba entrar el oleaje que, al salir, se llevaba una parte de la suciedad, pero nunca bastante y el hedor de la orina y las heces de doscientos cincuenta remeros, era insoportable. Los piojos y las chinches nos comían desde la rapada cabeza hasta los talones y se cebaban en las heridas que los cómitres nos hacían, a golpe de rebenque, cuando el impulso que llevaba el barco no les satisfacía. Nos daban de comer dos veces al día, siempre lo mismo; potaje, agua y pan, todo escaso, tanto, que de la misma hambre, a veces deseábamos que entrara en combate la galera, que entonces añadían algo de tocino y las raciones eran más abundantes. Y si moríamos de un arcabuzazo, mejor muerte era que de mordiscos de piojos.
Cuando soplaba la brisa, se largaban las velas y había algún tiempo de reposo. Fue en uno de esos pocos descansos cuando di en imaginar como hubiera podido ser mi vida si hubiera visto otro camino; si hubiera hecho otra cosa que robar, matar y embrutecerme. Podía haber sido diferente aunque nunca hubiera salido de pobre pero podría haber tomado algún oficio de aquellos que cuando estaba libre me parecían de tanto cansancio y que ahora, desde el banco de remo, se antojaban livianos. Y hubiera podido comer sobre un espacio limpio un pan que no apestara y andar sobre mis piernas cuando me apeteciera. Me desesperé pensando que si salía vivo, ya sería demasiado viejo y torpe para empezar otra vida; que nadie abriría sus puertas a un antiguo forzado y que si así fuera, no me quedaría tiempo bastante para enmendar el mal que había hecho. Las lágrimas me ahogaban con esos pensamientos y un día me encontré repitiendo la única oración que aprendí de niño, cuando mi madre me llevaba a la iglesia, y di en recitar avemarías, una detrás de otra y de tal modo sentía cada palabra, que no parecía sino que me clavaban astillas en el pecho cuando repetía “ruega por nosotros pecadores, Santa Madre de Dios..” Prometí mil veces que si me viera libre, acabaría mis días sobre la tierra en penitencia y ayudando a quien pudiera necesitarme. En nada más pensaba y ya no me importaba el hedor, ni el hambre, ni las chinches ni las cadenas; sólo remaba y ponía mi esperanza en Dios.
Y una mañana de octubre del año 1571, la galera entró en combate y el aire se llenó de gritos y lamentos; los artilleros corrían a los cañones y los disparaban tan aprisa como era posible, las toldillas ardían, las carrozas de popa saltaban destrozadas y en el estanterol los cómitres gritaban y repartían latigazos sobre nuestras espaldas para apresurar el empuje; los remos golpeaban cuerpos mutilados y levantaban el agua ensangrentada, mientras palos, velas y cuerdas caían sobre nosotros que, atados a los remos, no podíamos ni luchar por nuestra vida ni protegernos. Recé lo que creí sería mi última oración; recuerdo que grité “Santa María, Madre de Dios..” cuando un proyectil reventó a mi lado y me lanzó al agua. Caí en medio de los restos de otro barco, que el oleaje y el empuje de las galeras arremetiéndose con furia desplazaban de un lado a otro, y luego debí perder el sentido porque ya no recuerdo nada más de aquel suceso.
Desperté en Chipre; unos pescadores me recogieron casi muerto cuando llegué a la playa empujado por la marea y todos se maravillaban de como había logrado seguir a flote con aquellas cadenas colgando de los tobillos. Sané y supe que la Providencia me daba la oportunidad por la que tanto había rezado. Lo que no pude imaginar es que mi existencia se alargaría por más de dos siglos y que el precio por una vida de arrepentimiento iba a ser más duro de soportar que el banco en la galera.
Intenté cumplir; gané mi pan humildemente y lo compartí con quien lo necesitara, peregriné y ayudé a peregrinar, recé y enseñé a rezar, con la vida y el pensamiento puesto en el esfuerzo de mi salvación eterna. Nunca poseí más que lo imprescindible y acepté cuantas desgracias, golpes e insultos me sobrevinieron buscando consuelo en la oración y la penitencia.
He vivido doscientos veintiocho años. He visto caer reyes y morir papas; he sufrido guerras, hambre, pestes y miserias; y muchas, muchas veces me pesó haber rogado por mi vida, que era enorme la carga sobre mis espaldas y hasta llegué a desear que Dios no me hubiera escuchado y me hubiera dejado morir en aquel mar de sangre. No puedo describir el dolor de ver cómo acaba todo lo que conoces una y otra vez; el horror de no envejecer cuando todos los demás lo hacen; el no poder arraigar en ningún lugar más que unos pocos años porque nadie comprendería el por qué de una juventud siempre igual. Me costó mucho entender que vivir era el auténtico castigo, que ese era el infierno que con mis oraciones había intentado evitar. Dudé muchas veces si fue Dios o el Diablo quién me conservó el aliento y tuve que luchar con todas mis fuerzas para seguir teniendo fe, para no volverme loco, para contener la cólera que me asaltaba de tanto en tanto y para no cometer el pecado de quitarme la vida, que hasta eso quise hacer en mi desesperación .
Y un día llegué hasta las puertas de este convento y algo en mi interior me dijo que era aquí donde debía detener mis pasos y buscar un poco de paz; solicité el amparo y los frailes me acogieron, sin preguntas, como si ya supieran todo de mi alma atormentada. Llevo aquí unos pocos años y ahora sé que mi tiempo acaba. Estoy envejeciendo muy aprisa y mis fuerzas ya no bastan a sostenerme. Dejo este pliego en manos de fray Ginés, que me asiste en estos últimos días de vida en la tierra y cuando me haya confesado y dado los últimos Sacramentos, que su voluntad disponga de él como mejor convenga. A mí solo me queda entregarme en brazos de la Providencia y dejar mi alma al cuidado de Su infinita misericordia.
Ahora y en la hora de mi muerte. Amén.
Rávena, octubre de 1749
20 noviembre 2005
Encuentro
Había estado pensando en ti desde el lunes y ayer nos encontramos y me dijiste lo mismo; que habías estado pensando en mi.
Después de eso ya no sabíamos que decirnos.
-¿Y cómo estás?
-Como siempre. ¿Y tú?
-Pues lo mismo, ya ves, no es fácil que las cosas cambien.
-Es verdad, no es fácil...
-Pero han cambiado; y mucho.
-Lo que salta a la vista es que se te ha puesto el pelo casi blanco. Ahora tus canas son negras.
Te reíste.
-Siempre igual; sacándole el chiste a todo.
-No; a todo no sé sacarle el chiste. Ni antes ni ahora.
-¿Y a que te dedicas?
-A lo mismo de siempre; rutinaria que es una.
Una sonrisa y tiraste el cigarro, aplastándolo minuciosamente.
-¿Ya tienes a alguien en mi sitio?
-No. Tu sitio no lo ocupa nadie. Está igual de vacío que cuando tú lo ocupabas. Solo que entonces no podía utilizarlo y ahora sí.
-¡Mira que eres..!
-¿Borde? ¿Esa es tu palabra clave aún?
Ya no respondiste más que con la despedida.
Al menos esta vez, sí te despediste.
09 noviembre 2005
Ultra-breves
*
“¿Es absolutamente imprescindible que hagas siempre lo mismo que yo?” dijo el hombre, enfadadísimo.
“¿Es absolutamente imprescindible que hagas siempre lo mismo que yo?” contestó su clon, enfadadísimo también.
*
Joyas
*
Le dijeron tantas veces que sus dientes eran perlas, que se los arrancó para hacerse un collar.
*
¡Silencio!
*
Fue tan repentino, que llegó con la boca llena de palabras. Y la Muerte le dijo: “¡No me cuentes tu vida..!”
04 noviembre 2005
Argia
Las palabras cubren completamente las calles, las habitaciones están repletas de letras de todo tipo y tamaño , sobre las escaleras se posa un infinito número de signos de admiración alternados; encima de los tejados los interrogantes se entretejen para no dejar pasar el agua.
Si los habitantes pueden andar por la ciudad, sin pisar alguna palabra que les agrade o les emocione, no lo sabemos.
Pero estamos seguros de que eso les resulta muy difícil; les conviene quedarse quietos y tendidos, hasta que las palabras que no quieren pisar se alejen de ellos.
26 septiembre 2005
La gota de más
El agua tibia cae en la bañera elevando la espuma hasta los bordes. Ni recuerda desde cuando no ha tenido tiempo para un baño así. Con un suspiro de placer se sumerge en el agua y cierra los ojos.
No lo había premeditado, pero sucedió y ya no importa.
Alza las manos a la altura de sus ojos y las mira atenta; no son jóvenes, aunque ahora, con la humedad del baño dan una falsa impresión de inocencia. Le gustan sus manos; son fuertes y sensibles; adecuadas para prodigar cuidados. Eso han hecho durante catorce años. Y también han sido indulgentes y serviciales.
Hasta ayer por la noche.
Se viste despacio; sin mas ruido que el roce de la ropa al deslizarse por su piel. El silencio de la casa es un bálsamo que la envuelve, reconfortando sus maltrechos oídos.
Tenía paciencia; hubiera soportado mucho más solo con que ayer se hubiera callado. Pero no lo hizo.
Se peina con cuidado y desliza las manos por su cuerpo para ajustar la ropa, estirar las mangas, colocar el cuello de la blusa; cuando llegue la policía quiere parecer lo que es; una mujer madura, tranquila, que sabe lo que hace y acepta sus responsabilidades.
Si ayer, al llevarle la cena, no le hubiera dicho que daba asco, si no la hubiera llamado desgraciada e inútil, si no le hubiera repetido, como cada día durante catorce años, que su obligación era aguantar y servir, si no le hubiera echado en cara que la había recogido cuando el marido la abandonó, si no hubiera estrellado el plato de sopa contra el suelo, si no le hubiera gritado que lo que quería era matarla, ella no habría dicho -sí, madre - y no le hubiera clavado el cuchillo en el corazón.
05 septiembre 2005
Dedos para peces
¿Dónde estaba..? La habitación era la mía; diferente, más oscura, pero era mi cuarto. Bajé de la cama y caminé hacia la luz por aquel espacio estrecho y desconocido, apoyando los brazos en las paredes laterales. Tenía los pies helados y me dolía la mano derecha. La luz parecía alejarse a cada paso que daba y el suelo bajo mis pies se había vuelto elástico y blando. No me di cuenta de cuando empecé a flotar, pero era eso lo que estaba haciendo; fluctuar ingrávida hacia el final del corredor.
Alguien me sujetó; pregunté, “¿Susana..?”. Afirmó con la cabeza y se puso un dedo en los labios reclamando silencio. Tiró de mí hacia la luz lechosa apretando mi mano derecha que cada vez me dolía más. Intenté decírselo pero volvió a reclamar silencio. El pasillo ya no estaba y flotábamos sobre un pequeño lago rodeado de árboles. Nubes azul oscuro cubrían el agua aunque yo podía verla y también a los peces; había muchos sacando la cabeza a la superficie como si se estuvieran ahogando. Quise preguntarle a Susana pero ya no era ella quién me sostenía. Me asusté; quería gritar y soltarme del cepo de aquella otra mano que apretaba mis dedos sin compasión. Forcejeé, me revolví, necesitaba liberarme y de pronto otra mano surgió y empezó a estirarme de los dedos. Vi, horrorizada, como los iba desprendiendo de mi mano y los tiraba al centro del lago donde los peces se arremolinaban y peleaban por cada pedazo de mi carne en un revuelo salvaje de escamas y bocas abiertas. Y los dedos volvían a crecer y de nuevo me los arrancaban; pensé que era muy extraño que no me doliera la mano y que estuviera tan blanca y entera.
Nadie me sujetaba, pero algo me empujó más allá de los árboles. Me sentí aliviada cuando vi que estaba sola de nuevo. Sola y sentada en una ancha pared de piedra que dividía una gran extensión cubierta de hierba. Me dejé caer sobre ella y me tumbé cara al cielo. Seguía plagado de nubes azul oscuro que bajaban despacio hacia mí. Bien; me abrigarían y podría descansar un rato.
27 agosto 2005
Bolsillos vacíos
Acepté porque no la creí; no me imaginaba compartir la vida con alguien a quien dices amar y que eso pudiera no tener consecuencias; que se pudiera acabar sin ningún motivo; pero así fue para ella.
La encuentro por la calle alguna vez y si por casualidad se cruzan nuestras miradas, sus ojos pasan de largo, por encima o a través de mí; no sabría decirlo con exactitud; me mira sin verme, como se mira a un desconocido, porque eso es lo que soy. Un desconocido; otro más de los tantos con los que coincide en su trayecto. Nada más.
Pienso en aquellos dos meses que estuvimos juntos y no sé si reír o llorar. Cumplió su promesa; fue como si nunca tuviera que irme; en todo era perfecta conmigo; no descuidó nada, ni un detalle. Sabía lo que me gustaba; que libros, que películas, que música, que clase de beso, que forma de amor. Era la mujer perfecta de día y de noche; la amiga, la novia, la esposa, la amante que se entrega sin trabas; era lo que yo quisiera en cada momento. Y lo era disfrutando todos los minutos; de eso no me cabía duda.
Y se acabó. Una mañana de domingo, después de dos meses como en una nube, me dijo; "te vas hoy; tus cosas están preparadas en el recibidor y tu coche aparcado enfrente" y me tapó la boca con la mano para impedirme hablar; "te lo dije bien claro ¿recuerdas? Vete. Cuando regrese no quiero encontrarte aquí".
Salió de la habitación sin más y luego oí cerrarse la puerta de la calle.
Hubiera deseado echarme a sus pies; suplicarle; la hubiera besado, abrazado, hubiera llorado y gritado hasta enronquecer, pero se había ido sin darme tiempo a nada.
Y ahora me tocaba a mí. Ella había impuesto sus condiciones y yo las acepté. Cierto que no la creí; pensé que podría conquistarla, que lograría que me amara y no quisiera prescindir de mí. Vanas esperanzas. Nunca supe cual iba a ser el plazo de nuestra vida juntos, pero había finalizado.
No quería llevarme nada que no hubiera venido conmigo. Nada material. Vacié todos mis bolsillos y quedaron sobre la mesa las llaves del piso, su encendedor, la tarjeta del aparcamiento, la fotografía que nos tomaron en el restaurante, el resguardo de la alfombra en la tintorería.., cosas; solo cosas que no eran nada sin ella.
Recogí la mochila y la bolsa del recibidor sin detenerme a mirar su contenido. Sabía que todo lo que yo había traído estaba allí. Era demasiado perfecta para haber olvidado algo que me obligara a volver.
Un momento después estaba en el coche camino de mi casa. De allí había salido hacía dos meses para vivir un sueño; y el sueño había acabado. No solo mis bolsillos estaban vacíos.
No miré atrás. ¿Para qué?
21 agosto 2005
Lacrimae rerum
19 agosto 2005
Dos
05 agosto 2005
Te sigo
28 julio 2005
Obsesión
20 junio 2005
El viento no me oye
15 junio 2005
María
14 junio 2005
Tiempo y distancia
08 junio 2005
Segunda sesión
31 mayo 2005
Pentimento II
Ilustrando el post anterior, no muy perfectamente...
Isabel de Portugal
Cuadro pintado por Tiziano en 1548. Museo del Prado.
" Según Palma "El Joven", alumno de Tiziano, el genial artista iba pintando cuadros que dejaba apoyados en los muros de su estudio, cara a la pared. Cada día daba la vuelta a alguno de ellos y lo modificaba. Así, una y otra vez. Tiziano, maestro del retrato renacentista, era un "arrepentido" impenitente y gran ahorrador de lienzos. Las radiografías han revelado que debajo del mayestático retrato de Isabel de Portugal hay otra figura femenina que nada tiene que ver con la reina y que se parece al personaje de una escena mitológica. Más que un "pentimento", es un caso claro de reutilización del lienzo. Tiziano nunca conoció a Isabel de Portugal y pintó este bellísimo retrato suyo nueve años después de su muerte".
Datos tomados de este enlace:
http://www.el-mundo.es/magazine/m41/textos/cuadros1.html
Pentimento
22 mayo 2005
Julia
21 mayo 2005
El australiano
18 mayo 2005
Tienes razón
17 mayo 2005
Valentin
15 mayo 2005
Tú
Irlandeses
13 mayo 2005
Él
Ella
11 mayo 2005
Tres
Uno
05 mayo 2005
Aló..!
28 abril 2005
Cartas nunca escritas II
Habré muerto antes de que esta carta llegue a vuestras manos. No os aflijáis por ello. No es vuestra culpa. Soy yo quien ha buscado morir y no siento pesar.
Me resignaba con lo imprescindible para mi sustento. Tenía mis telares, un libro de oraciones y un espejo frente a la ventana, único modo de ver pasar el tiempo. El espejo decía primavera o invierno, paloma o halcón, y me bastaba. Eso creí. Hasta que un día el espejo os miró.
Os amo para siempre.
23 abril 2005
Cartas nunca escritas I
14 abril 2005
Erase una vez...
08 abril 2005
La influencia...
02 abril 2005
Sectas perniciosas
Acto 1º, escena 2ª
31 marzo 2005
El Trompetero de Camelot
*
30 marzo 2005
El Trompetero de Camelot
*
28 marzo 2005
El Trompetero de Camelot
27 marzo 2005
El Trompetero de Camelot
*
El Trompetero de Camelot
Nuestro fotógrafo ha captado una instantánea del momento en que Lancelot volvía grupas a toda velocidad para ganar distancia, revolverse y poder acometer al dragón, matándolo cara a cara.
*
Primera edición 29 julio 1.999