11 mayo 2005

Uno

Él se miró al espejo.

Se pasó la mano por la barba. Tendría que afeitarse, pero luego.

Esas bolsas en los ojos le preocupan. Tiene mal aspecto. Cara de agotado.

Él pensó en ella.

No. Aún es temprano. Ni las nueve siquiera.

Se había prometido no mirarla hasta las doce.

Abre el grifo del agua. Una ducha fría que estremezca el cuerpo. Necesita despejarse del todo antes de enfrentarse al día.

Las nueve y veinte. El tiempo que no corre y ella que le espera. Prometió que a las doce.

Él entreabre la puerta. Quiere asegurarse. Suspira aliviado. Sigue ahí.

Las nueve y media. Este maldito tiempo que no quiere pasar. O el reloj, que se atrasa.

Coge la maquinilla para afeitarse. Le cuesta acertar con el enchufe. ¿Que hora será? No quiere mirar el reloj. No habrá pasado ni media hora desde la última vez. ¿Y si lo miró mal?

Las nueve y cuarenta. La toalla resbala de las manos al suelo. La aparta con una patada.

Algo está fallando. Le engañan. No es posible que aún no sean las diez.

Él ya sabe lo que prometió. Lo sabe bien. Ayer sabía que quería cumplir esa promesa.

Hasta las doce, nada.

Él ya sabe que no va a poder cumplirla. La ve allí, donde siempre.

Llamándole.

Las diez y cinco. Ya ha esperado bastante. ¿O es que no ha sido suficiente castigo?

En dos saltos llega al salón, estira el brazo y su mano la apresa con fuerza.

Ya es toda suya; la ginebra.

2 comentarios:

yole dijo...

El tiempo sigue pasando lento, pero...
Menos mal que no me gusta la ginebra!
Besos

Trenzas dijo...

A mí tampoco, y desde que he leído este post, la odio.