31 mayo 2005

Pentimento II

Ilustrando el post anterior, no muy perfectamente...

Isabel de Portugal

Cuadro pintado por Tiziano en 1548. Museo del Prado.

" Según Palma "El Joven", alumno de Tiziano, el genial artista iba pintando cuadros que dejaba apoyados en los muros de su estudio, cara a la pared. Cada día daba la vuelta a alguno de ellos y lo modificaba. Así, una y otra vez. Tiziano, maestro del retrato renacentista, era un "arrepentido" impenitente y gran ahorrador de lienzos. Las radiografías han revelado que debajo del mayestático retrato de Isabel de Portugal hay otra figura femenina que nada tiene que ver con la reina y que se parece al personaje de una escena mitológica. Más que un "pentimento", es un caso claro de reutilización del lienzo. Tiziano nunca conoció a Isabel de Portugal y pintó este bellísimo retrato suyo nueve años después de su muerte".

Datos tomados de este enlace:

http://www.el-mundo.es/magazine/m41/textos/cuadros1.html


Pentimento

Palabra italiana que se traduce por arrepentimiento. Usada en todo el mundo para significar las pinturas que están ocultas en las capas inferiores de algunos grandes cuadros. El pintor se "arrepintió" de lo que estaba pintando y modificó el lienzo. Esos pentimentos se ven con las modernas técnicas que se aplican en los Museos cuando han de restaurarse las pinturas o cuando se sospecha de la autenticidad o cuando se quiere saber cuantas veces el artista modificó o repintó una tela en concreto.
Arrepentimiento; una palabra preciosa.
Mucho más bonita que la que se aplica a los escritores cuando, a partir de su propia obra, recrean una idea o un tema y para ello aprovechan frases o párrafos que escribieron en otro lugar. Eso es llamado "canibalismo". El escritor se "come" a sí mismo. No se arrepiente; se devora.
Me parece una injusticia léxica, cuando menos.
La primera vez que vi la palabra pentimento, fue en el título de una novela de Lilian Hellman, esposa de Dashiell Hammet, también escritor. No tenía ni idea de lo que la palabra significaba, pero era sugerente. No tuve que arrepentirme de haberla comprado y leído. Aprendí mucho sobre los sentimientos en general y sobre el arrepentimiento en particular. Sobre todo aprendí lo difícil que es arrepentirse, tomar conciencia de que es necesario hacerlo y hacerlo sin asomo de orgullo ni de rencor. Sin resquicios. Y el esfuerzo que cuesta pintar una vida nueva sobre otra que ya ha perdido su sentido inicial. Recomponer sin destrozar.
Arrepentimiento sin canibalismo. Ni propio ni ajeno.

22 mayo 2005

Julia

Julia escribe versos. Cuando alguna mañana se sienta bajo las moreras del camping a escribir, la espalda contra un árbol, el bloc en las rodillas y esa mirada fija en ninguna parte, dirías que es un cuadro, una pintura perfecta que refleja una inocencia perfecta y también una perfecta nada.
De vez en cuando baja los ojos al papel en blanco, escribe un par de líneas o palabras, se coloca la falda o se pasa la mano por el pelo, que se recoge alto.
Puede pasarse toda la mañana en la misma postura. Los juegos de los niños, el ir y venir de gente a la piscina, al bar, a los lavabos, los coches que entran, salen, la música, el olor a comida.., nada es capaz de hacerle levantar la cabeza ni de distraerla un instante. Hasta las cuatro de la tarde. Entonces Julia se levanta, da un par de manotazos a su falda y sin hablar con nadie, entra en su caravana. Y de allí ya no sale hasta la noche. Y cuando sale es otra. Julia ya está borracha. Ahora lleva una falda cortísima y estrecha, una blusa que, con mucho trabajo, le sujeta un tirante, va descalza y lleva el pelo suelto. Tiene un pelo precioso largo hasta la cintura, liso y negro.
Camina algo insegura. Las mujeres la miran desdeñosas; los hombres se la comen con los ojos. Y es que Julia es muy guapa. Tanto, que cada noche, más de uno baja desde los dos o tres pueblos cercanos a tomar una copa al bar del camping, solo por verla. Por verla y por si acaso esa noche Julia lo elige para dormir con ella. Que todos saben lo que le pasa a Julia; que está sedienta y necesita mucho alcohol y mucho sexo.

21 mayo 2005

El australiano

Se llamaba Paul, o eso decía y era un calco del protagonista de "Cocodrilo Dundee".
Podía tener unos 40 años, un tipo guapo, atlético, no demasiado alto. Moreno de montaña, con el pelo rubio ceniza y unos ojos azules como el agua, no había jovencita (ni no tan jovencita) que no estuviera persiguiéndole con la mirada todo el día.
Lo de australiano nunca quedó claro del todo, porque a sus muchos atractivos añadía el del misterio. Sí. Era misterioso. Siempre iba solo, nadie sabía con certeza donde vivía, comía o dormía. Saludaba siempre pero nunca se paraba a hablar con nadie a menos que fuera totalmente imprescindible o como alguna vez pasó, un tropel de muchachas le cerrara el paso para pedirle un autógrafo. Él sonreía, con una sonrisa perfecta y cautivadora, se negaba cortesmente asegurando que nada tenía que ver con el cine y se escabullía como una serpiente.
Decklan decía que no era de fiar, pero ¿a quién le importaba eso con lo guapísimo que era?
Lo encontrabas en los lugares más insospechados de la montaña. Valentín y yo subíamos hasta la Vall de l´Estudiant en coche, mientras el camino lo permitía y luego a pie un buen trecho hasta alguna borda, donde yo soltaba los fósiles recogidos y descansábamos o comíamos algo. De repente, surgía Paul como de la nada, como un fantasma diurno. Siempre le invitabámos a comer o beber algo; nunca aceptaba y desaparecía de la vista como había llegado; en un momento y sin dejar rastro.
Valentín se encogía de hombros y decía "es boig", está loco, y seguía comiendo tan tranquilo, mientras yo me sumía en un mar de preguntas. ¿Por donde podía haber llegado sin que se notara su presencia si aquello era un enorme descampado reseco, sin un árbol ni una brizna de hierba y con una visibilidad magnífica?
Otras veces, volviendo de Agulló o de algún otro pueblo cercano, lo encontrabas sentado al borde del camino, en la cuneta. Parabas el coche y le preguntabas ¿te llevo a Ager?. No. Se quedaba allí sentado, así lloviera o luciera un sol de justicia.
Solo una cosa pareció conmoverle, sacarle de la indiferencia. Una canción. "The shadow of the smile". Yo tenía esa pieza grabada en un cd y solía llevarla en el coche. Una tarde, dejé el coche aparcado a la puerta de casa. Estaba puesto el cd y sonaba esa canción. Como siempre, de la nada apareció Paul, apoyó una mano en la ventanilla y se quedó allí, inmóvil, escuchando. Cuando acabó, me dijo; ¿puedes ponerla otra vez, por favor?, y aquello era una súplica. Pues claro, y puedo grabarte un cd o una cinta, si quieres. No, no; sólo otra vez, por favor.
Busqué la pista y "La sombra de tu sonrisa" volvió a llenar el aire. Él ni cambió de postura. Juraría que no movió ni un músculo de su cuerpo. También juraría que vi unos ojos azules como el agua, llenarse de otra clase de agua que no llegó a caer.
Luego dijo, gracias, volvió la espalda y se fue como había llegado. Como solía hacerlo; como un fantasma.
*

18 mayo 2005

Tienes razón

Siempre estás en lo cierto.
Tus argumentos no se pueden rebatir.
Están tan bien fundamentados, tan bien expuestos que es imposible no darte la razón.
Sabes como convencer, como encontrar la frase exacta que cierra cualquier debate sin posibilidad de apelación.
Cuando hablas, hay que escucharte. Se aprende mucho contigo y no debo perder la oportunidad de aprender, como tú dices.
Y yo me aplico. Lo intento, cuando menos.
Aunque no siempre puedo seguir tu discurso con toda la atención que requiere y sé que eso te molesta. Discúlpame, por favor.
Me cuesta no perder el hilo de tu conversación, mientras plancho tus camisas, me ocupo de los niños, voy al mercado, limpio, cocino, cumplo con mis 8 horas de trabajo fuera de casa, atiendo tus llamadas y pago tus deudas.
Algunos días, cuando llega esta hora, confieso que estoy algo cansada. A veces me tiemblan las manos y tengo que esconderlas para que no te des cuenta. Sé que te incomoda mucho. Podría volver a salpicarte al servir la sopa.
Hoy no. Estoy tan relajada como si hubiera podido dormir toda la noche de un tirón. La verdad es que no he dormido nada. Y tengo el pulso firme, fíjate.
No necesitas un segundo disparo.
Justo entre ceja y ceja.

17 mayo 2005

Valentin

Valentin me enseñó a pescar. No aprendí mucho ni muy bien y eso de soltar carrete o enrrollarlo o adivinar donde demonios tenían la parte trasera (¿o era la delantera?) las lombrices para poder ensartarlas bien en el anzuelo, se me daba fatal. Es que me daban un asco de muerte las dichosas lombrices. Ensartar una lombriz adecuadamente, mientras intentas no mirarla y no tocarla, es algo complicado. Tuve suerte de que fuera Valentin quien me enseñara porque a él lo que le daba asco era tocar a los peces para desprenderlos del anzuelo, así que nos repartíamos el trabajo; el ensartaba las lombrices y yo liberaba los peces.
A mí me gustaba más pescar con cucharilla. Ir al blackbass a la cabecera del pantano donde eran suficientes cañas de 2.5; él preferia ir a la carpa con cañas de 4 metros que, por supuesto yo nunca logre tirar bien. Ni mal, porque la única vez que lo intenté, el anzuelo se fue a parar al pino más cercano y allí se quedó para siempre, porque a ver quien era el guapo que subía hasta allá arriba a desengancharlo. La caña de 4, podía más que yo, de todas todas. Aún así, con la pequeña, logré en el Santa Ana, una carpa de 600 gramos yo solita. Y sudé lo que nadie sabe para sacarla, que peleonas son. El blackbass también pelea, pero siempre fueron más bien pequeños los que pesqué. De estos, bastantes.
Con Valentin podias andar horas y horas por la montaña y no parar de aprender ni un minuto. Era un hombre sabio, con esa sabiduría que dan los muchos años y el contacto diario con la naturaleza. Si decia, mañana lloverá, llovía; si hará sol o nublado o tormenta o granizo, eso hacía.
Como si el tiempo le obedeciera.
Con él, entré a las minas de carbón de Corsá en busca de fósiles, con él, a Pedra a por equinodermos, con él a recoger incienso de la corteza del ginebro, con él a por setas, a por orégano, orquídeas miniatura, violetas, fresas silvestres y tantas otras cosas. Tesoros, ahora lejos.
Yo solo iba a buscar fósiles y creí que nada más me interesaba de aquel lugar. Valentin consiguió que me enamorara hasta los huesos de cada metro del Montsec. Y así sigo, enamorada. Ausente pero enamorada.
Como enamorado estaba él, que después de 40 años de guarda forestal, jubilado hacía tiempo, allí seguía vigilante, cuidando su parte de montaña, sabiéndosela toda y lo más importante; compartiendo con cualquiera que se le acercara lo que de ella sabía.
Cuando hay tormenta, como hoy aquí, me acuerdo de las piñas estallando en el fuego, el olor a resina y pino fresco que echábamos encima de los troncos ardiendo solo por el placer de ver las chispas diminutas elevarse por el tiro de la chimenea.

15 mayo 2005

¿Desde cuando te quiero? ¿Será muy cursi si digo desde siempre? Es que no se me ocurre otra expresión más original.
Será porque no recuerdo haber amado a nadie más. Al menos, no de esta manera. No como te quiero a ti, que eres la única referencia segura de mi vida. Y me asusta pensar que no lo sepas o que necesites preguntármelo.
Es que supongo que de sobra lo sabes y no lo digo tanto como quizás debiera.
Te quiero desde aquel día que te pedí, tartamudeando, si querías, por favor, bailar conmigo. Me sudaban las manos, me temblaban las piernas, te pisé veinte veces por lo menos...
Que edad teníamos entonces? Ni quince años ninguno de los dos. Pues desde entonces. Desde entonces y hasta cuando me dejes seguir besándote las manos.
Sé que no cumplo todos los requisitos; que paso mucho tiempo fuera; que algunas noches llego desganado y aburrido y harto, del mundo en general, y de mí mismo. Sé que te hago poco caso, aunque muchas veces tienes razón. Sé que me olvido de tus cumpleaños; ¡y hay tantas otras cosas que sé que te molestan y las hago!
Tú debes de quererme también o no me aguantarías. Y yo, estúpido de mí, no tengo el valor de preguntarte por si acaso me dijeras que no. Y no preguntaré, que me asusta pensar en la respuesta.
Tú has creado mi mundo; ese que tenemos cuando cerramos la puerta de la calle y nos quedamos solos. Y no le falta nada; tú eres el aire fresco, la claridad del día, el amor que me abraza, el fuego del deseo, la sed ardiente y el agua que la calma.
Y eres todos los versos y todas las canciones y todas las palabras de amor que se hayan inventado y te dedicaría. Y eres más, tanto que ya no sé decirte, pero si me preguntas que es lo que me aterra, que querría tener ahora y para siempre, que es lo que me quita el sueño, las respuestas serían;
Que algún día me dejes.
Solo a ti.
Tú.
.

Irlandeses

Decklan y Rory son irlandeses. Decklan vive en Ager desde hace muchos años. Rory llegó más tarde y no se queda de modo permanente. Viene con la primavera y se va en otoño.
Decklan tiene su casa en la misma calle en que yo tenía la mía. Separados por un portal. Casas viejas, con vigas de cerezo que pasan de una casa a otra de tal manera que han de caerse todas o ninguna. Paredes de 80 cm de ancho en las fachadas y cimientos sobre roca viva. Soportan todo, menos la especulación inmobiliaria.
En casa de Decklan, hay una bandera irlandesa en la ventana. Vive aquí, con el corazón en su Irlanda que él desea republicana y libre. Decklan es partidario del Sinn Féin, aunque reprueba la violencia y esa es una de las causas por las que se fue de su país. Me contó que Sinn Féin, significa en lengua gaélica " nosotros solos" o "nosotros mismos".
Decklan se fue de Irlanda, según me dijo, porque no quería ser identificado con el IRA. Y eso es lo que parece que pasaba. Que son dos cosas diferentes desear gobernarse por si mismos y poner bombas por las calles. Que estaba harto de violencia física y psiquica. Que ya no se reconocía entre los suyos. Y se fue. Con Irlanda en el corazón, expuesto en esa pequeña bandera que ondea en su ventana.
Cuando llega Rory, en primavera, le trae noticias frescas y auténticas. Los dos se pasan horas hablando y hablando de tiempos en que tenían otras esperanzas; y de los venideros que ya saben no les van a traer lo que desean.
Decklan tiene un pequeño negocio en Ager. Es monitor de vuelo de ala delta y alquila o vende el material necesario para ello. Cuando empieza la temporada y las térmicas de las laderas de Sant Alís y Coll d´Ares permiten los vuelos largos, llega Rory para ayudarle con los desplazamientos y para ir a recoger a los voladores que a veces aterrizan muy lejos de donde han salido.
La última vez que los vi andaban disgustadillos por la invasión de parapentistas que, según ellos, eran gente mucho más ruidosa e irresponsable. Es una lata, decían, que un parapente sea tan barato. Esto ya no es lo que era..!
Hace nueve años que no he ido a mi montaña del alma. No sé si Decklan y Rory ya estarán subiendo y bajando por la pista que lleva a la explanada de vuelo, con el techo de sus 4x4 cargados con las alas de los voladores que lleven en ese viaje, o si habrán vuelto a su tierra.
Yo sigo pensando en ellos y acordándome de las largas charlas nocturnas sobre casi todo lo divino y lo humano, sentados a la puerta de su casa o de la mía, casi juntas, bajo un cielo estrellado y una bandera irlandesa.

13 mayo 2005

Él

Lleva conduciendo un buen rato. Estas distancias hasta su casa le consumen el poco tiempo libre que le queda.
Hoy es viernes, por suerte. Dos días sin traslados, sin oficina, sin reuniones. Dos días en casa. Y tres noches.
Un bocinazo. Tienen razón, estoy distraído. Levanta la mano cuando pasa el otro coche, pidiendo disculpas. Es que estoy cansado. Pone la radio. Parecen las mismas noticias de ayer palabra por palabra. Mismas disputas políticas, mismos sucesos sangrientos, mismos perdedores...
De qué se extraña? Su vida también es así. Días iguales a otros, uno detrás de otro, una hora tras otra.
Cuantos años lleva casado? Más de 20. ¿Cuantos días son 20 años? Hace un cálculo mental. 7.300 ¡Tantos..! No, son más porque hay años bisiestos. Sonríe por esa precisión. ¡Qué más dará unos días más o menos..!
Sirenas y luces adelantándole. Un accidente. Vaya, esto me va a retrasar bastante. El policía le dice que tiene que tomar un desvío. Le da algunas indicaciones que él no acaba de entender. Toma el desvío. Ya encontrará algún indicador que le oriente.
Cuantos días eran? Más de 7.000. Con sus noches, claro. ¡Cuantas cosas pasan en 20 años y que pocas dejan una huella feliz!
No sabe muy bien porqué, pero los ojos se le llenan de lágrimas que no puede contener. Las deja caer libres sobre la camisa, sobre los pantalones.
7.300 días de algo que no debió durar ni 300. Y que sigue sin darle un respiro. Piensa en ella y sabe que no quiere verla esta noche. La llamará. Le dirá que ha surgido algo en la oficina. Se quedará en algún hotel de la ciudad. Tendrá tiempo para reflexionar a solas. Necesita estar solo. Tiene que estar solo unas horas al menos. Necesita pensar, necesita...
No sabe lo que necesita pero si sabe que no va a ir a casa. Otra vez los ojos se le llenan de lágrimas.
Detiene el coche y baja. No sabe donde está. Se ha metido en un descampado sin darse cuenta. La carretera ha quedado muy por encima. Ve las luces del tráfico allá arriba. ¿Cómo he podido distraerme tanto? Al menos es un terreno llano.
Dará la vuelta y volverá a buscar una entrada a la carretera. Ya es noche cerrada.
Ahora le urge volver a la ciudad. Quiere pensar en todo lo que siente que debe pensar. Tomar alguna decisión; solucionar o romper. Comprende que no puede esperar más para vivir de otra manera. No sabe como, pero distinta. Está decidido. No más de esto.
Sube al coche y apreta el acelerador a fondo hacia las luces.
No ve venir al tren.

Ella

Salió de la bañera y se cruzó la toalla alrededor del cuerpo.
Limpió el espejo empañado. Se secó el pelo y lo recogió con el pasador. Se vistió, se calzó las chanclas y fue a la cocina.
Mordisqueó una galleta mientras preparaba la cafetera. Sobre la mesa puso una bandeja pequeña. Una sola. Por primera vez en mucho tiempo.
Volvió al cuarto de baño. Puso la ropa sucia en la lavadora con un programa corto. Recogió todo lo que había usado para arreglarse. Cada cosa en su sitio, como le gustaba que estuviera.
Antes de cerrar la puerta miró atenta por si había olvidado algo. No. Todo igual que siempre.
En el vestidor se puso las medias y unos zapatos bajos, cómodos y silenciosos.
Buscó el bolso y miró si llevaba lo necesario. Todo estaba allí.
En la cocina acabó de preparar la bandeja. Azucar, cucharilla, plato y taza, dos tostadas, un poco de mantequilla y mermelada, una jarrita de leche. Puso la cafetera pequeña con el café aún hirviendo, cogió la bandeja y subió las escaleras.
Él estaba dormido. Le tocó con suavidad en el hombro. El desayuno. Él dijo algo ininteligible y se dió la vuelta.
Ella miró aquella espalda, el perfil de aquel rostro. Pensó que eso era lo que más conocía de él. Un perfil, una espalda.
Ella volvió a ponerle la mano en el hombro. Me marcho; adiós.
Él contestó un hasta luego apenas murmurado. Ella repitió en voz baja; adiós.
Bajó las escaleras despacio. No había prisa.
Llegó a la puerta, puso las llaves en la cerradura y abrió. Luego salió a la calle y cerró con cuidado.
No necesitaría más esas llaves.
No iba a volver.

11 mayo 2005

Tres

Él llegó el mismo día de la boda de ella con Juan.
Juan le dijo a ella: Ya te he hablado de él. Es el amigo que estaba en Francia.
Ella y él se dieron la mano mirándose a los ojos.
Él no la soltaba y ella sentía el corazón saltándole en el cuello.
Ella intentó apartarse y él no la dejó. Sostenía su mano como si fuera una preciosa figura de cristal. Ella pensó que cuando la soltara, se rompería.
Al fin alguien vino a buscar a la novia. Tuvieron que soltarse. Y se rompieron los dos.
Se vieron muchas veces. Nunca solos. Algunas veces él llegaba de visita con su esposa. Otras llegaba con Juan.
Cada vez algo empezaba y se perdía. De pena y de rabia. Se miraban y sabían. Y porque sabían, callaban. Se despedían con las manos en ascuas y los ojos del otro en la retina.
Ella y él siguieron sus vidas.
Él perdió a uno de sus hijos. Ella tuvo dos. Ya no se veían con la misma frecuencia.
Ella no pudo más con su contradicción. Se separó de Juan. Se marchó lejos con los niños.
Intentó no olvidar los teléfonos a los que podía llamarle para decirle al fin, con todas las palabras, lo que pasaba por su corazón.
Nunca lo hizo.
Pasaron años hasta que una casualidad los reunió de nuevo.
Él ya estaba solo también. Hablaron de todo lo que habían callado durante años.
De lágrimas escondidas, de palabras que quemaban la garganta.
De besos nunca dados, de caricias perdidas.
De responsabilidades que no habían podido o querido dejar atrás.
Se miraron temblando. Ahora todo era posible.
Tuvieron miedo otra vez. Miedo a vaciar de sentido todo su pasado.
Y el amor siguió como siempre.
Oculto. Esperando.

Uno

Él se miró al espejo.

Se pasó la mano por la barba. Tendría que afeitarse, pero luego.

Esas bolsas en los ojos le preocupan. Tiene mal aspecto. Cara de agotado.

Él pensó en ella.

No. Aún es temprano. Ni las nueve siquiera.

Se había prometido no mirarla hasta las doce.

Abre el grifo del agua. Una ducha fría que estremezca el cuerpo. Necesita despejarse del todo antes de enfrentarse al día.

Las nueve y veinte. El tiempo que no corre y ella que le espera. Prometió que a las doce.

Él entreabre la puerta. Quiere asegurarse. Suspira aliviado. Sigue ahí.

Las nueve y media. Este maldito tiempo que no quiere pasar. O el reloj, que se atrasa.

Coge la maquinilla para afeitarse. Le cuesta acertar con el enchufe. ¿Que hora será? No quiere mirar el reloj. No habrá pasado ni media hora desde la última vez. ¿Y si lo miró mal?

Las nueve y cuarenta. La toalla resbala de las manos al suelo. La aparta con una patada.

Algo está fallando. Le engañan. No es posible que aún no sean las diez.

Él ya sabe lo que prometió. Lo sabe bien. Ayer sabía que quería cumplir esa promesa.

Hasta las doce, nada.

Él ya sabe que no va a poder cumplirla. La ve allí, donde siempre.

Llamándole.

Las diez y cinco. Ya ha esperado bastante. ¿O es que no ha sido suficiente castigo?

En dos saltos llega al salón, estira el brazo y su mano la apresa con fuerza.

Ya es toda suya; la ginebra.

05 mayo 2005

Aló..!

¿Siiiii..?
.........
Ay, Helena, hija, que no te había conocido..! ¿Que tal por...? ¿Pero que te pasa, porqué lloras..? ¡Cálmate, caray que no entiendo nada...!
........
Ah, ya..! Paris, que es un zopenco. Natural, un niño bonito. ¿Porqué las jóvenes nunca escucháis a vuestras madres? Y mira que te lo advertí. Quédate con el viejo, que ese se muere antes y no molesta tanto. Pero tú no me hiciste caso; "que si Paris es monísimo, que si es tan delicado, que si mira que piernas,..." ¡Toma piernas! Y ese no se muere así como así, que va a hacer falta una guerra de no te menees...!
........
Lo sé seguro porque me lo ha dicho Afrodita que está a favor de Paris, aunque ya sabe que es mas tonto que el palo de una escoba y que de todas maneras se lo van a cargar en la guerra, porque Filoctetes se la tiene jurada desde el colegio. Y Afrodita lo va a sentir. Con lo contenta que está de Paris desde lo del juicio.
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¡Pero que abogado ni abogado...! Si Paris no sabe hacer la o con un canuto.
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Vale; otros abogados tampoco, pero no era un juicio de esos. Fue cuando Paris dijo que Afrodita era la más bella y que...
.........
¿Ahora te va a dar un ataque de celos...? Helena, cálmate, que Afrodita no es lo que parece. Muy mona, eso sí, pero mal genio, ni te cuento. Con decirte que el otro día se atrevió a llevarle la contraria a Hera, ya te lo he dicho todo. Bueno, mira, por si o por no, aguanta un poco, hija. Quién sabe. A lo mejor Héctor se queda viudo.
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Una salud de hierro Andrómaca. Ya. Bueno, bueno, eso podría arreglarse. Ahora me acerco a ver a Cleopatra y si me presta el áspid.., nada hija, nada, cosas mías.
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¿Estás más tranquilita? Confía en tu madre nenita. Verás como todo se soluciona. Y te dejo, que tengo que acercarme a Egipto un momentín. Luego te llamo. Por cierto, ¿hay higueras por ahí cerca?
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Perfecto..! Un besito reina de Troya. Que sí, que sé lo que me digo..
........
Clinc!
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Primera edición: Julio 1998