La luz del sol se filtraba por las cristaleras e iba a parar a la superficie del agua de unos pequeños estanques, repartidos estratégicamente por los jardines y formaba un arco iris tras otro. Y no acababa aquí, sino que podías andar por esos caminos de color y todos decían que era como pasear por el Arco Iris de verdad. Y hubo más de una discusión porque algunos se empeñaban en pasear por colores que ya estaban ocupados por otras personas y no querían ceder su rojo o su añil a nadie. Así y todo, nunca hubo que lamentar más que algún pequeño chichón en las cabezas o un ligero arañazo en los brazos de los más peleones.
Cuando todo el mundo hubo paseado lo suficiente como para gastar un buen par de zapatos, apareció el Gran Mayordomo de la Casa Real con la noticia. Estaban invitados a comer en Palacio con la Familia Real al completo. Esto causó un gran revuelo; las señoras decían que no tenían nada que ponerse y rebuscaban en las mochilas algo adecuado para la ocasión y los señores se limpiaban los zapatos, frotándolos en los bajos de los pantalones, se abotonaban hasta el cuello las camisas e intentaban que sus esposas les hicieran un nudo impecable en la corbata.
Al fin, la comitiva estuvo dispuesta y, siguiendo las instrucciones del Gran Mayordomo, fueron desfilando ante los Reyes, los Príncipes y todos los parientes de Sus Majestades que, por nada del mundo se hubieran perdido una comida gratis.
Acabada la imprescindible ceremonia, pasaron al comedor donde, bajo las enormes arañas de cristal, se había dispuesto una mesa larguísima. Sobre el mantel, blanco de nieve, la mejor vajilla, la cristalería más fina y los cubiertos de oro de la Reina, que se había ordenado atar cuidadosamente a unas gomas flexibles sujetas por un gancho bajo la mesa, porque en el último banquete oficial se habían perdido casi la mitad en los bolsillos de los invitados.
Todos disfrutaron de la excelente comida y de la mejor conversación y cortesía de la familia real, que se desvivió por sus invitados. Se brindó muchas veces por la salud y larga vida de los monarcas y sus hijos y también por los intrépidos viajeros y sus países de origen.
Después de los postres y con la última copa de vino en la mano, los viajeros rompieron a cantar el "Asturias, patria queriiiiiidaaaaaa...." y al rey le gustó tanto, que quiso quedarse la música para instaurarla como Himno Nacional, pero por ahí no pasaron los dos asturianos que había entre los viajeros y faltó poco para que la fiesta acabara mal.
Por suerte no fue así, y con los estómagos satisfechos y las caras como tomates por los brindis y los esfuerzos cantores, los viajeros se despidieron de Sus Majestades y se fueron a ver un poco más del país que no tenía nombre aún, porque nadie se había acordado de preguntar tal cosa.
Continuará...
2 comentarios:
:D Me alegra leerte de nuevo, ya echaba yo de menos las Rastas de Trenzas:D ¡Qué cambio de diseño! No está nada mal, aunque echaré de menos aquel color pergamino...
F. tuvo mucha suerte de tener tus cuentos aquella temporada...y quien sabe, lo mismo un día, navegando por la red, por una de esas casualidades de la vida tan "casuales", encuentra este cuento que le has dedicado.
Y respecto al cuento en sí mismo: estupendo y muy divertido. Tanto tiempo esperando una actualización mereció la pena:p:p Espero su continuación...!
¡Un besazo enorme!
Sin identidad; bueno ¿qué te voy a decir de cambios de look que tú no sepas? :DDD
Ayer ya vi el tuyo y me asusté muchísimo con el post, que conste.
F. ya leyó este cuento. Es una de las pocas tonterías que me guardé de todas las que le escribí en aquel par de meses.
Lo más divertido, era lo que surgía fuera de la narración, cuando preguntaba, por ejemplo "¿en que agencia compraron los billetes para el viaje?"
Y ale; a desbarrar otro poco :DDD
Fue muy divertido, eso sí.
Un besazo igual de enorme para ti, preciosa.
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